Cuentan que una vez al año, en el día de su cumpleaños, el influyente ministro de la época de Alejandro I, Speransky, se ponía una ropa vieja y raída y dormía sobre una tabla de madera, con la única comodidad de un sucio almohadón. Cuando le preguntaban el porqué de tal comportamiento, él contestaba que ahora estaba en un buen momento, en la cumbre de su carrera y en lo más alto del poder, pero que nunca había que olvidar de dónde venía... y donde se podía volver a caer en cualquier momento.
Y es que, de verdad, la vida de Mijail Speransky (1772-1839) estuvo llena de altibajos y sin duda podía dar lecciones sobre los vaivenes de la fortuna. De orígenes humildes pero dotado de una gran inteligencia, rápidamente destacó entre los estudiantes del seminario de Vladimir. Fue recomendado para servir como secretario de un personaje de cierta importancia en la corte de los zares y, desde entonces, su ascenso fue fulgurante. En poco menos de cuatro años, había pasado a convertirse en uno de los personajes más influyentes en los inicios del reinado de Alejandro. Entre 1801 y 1811 su estrella brilló con fuerza, convirtiéndose en el inspirador de las medidas liberales del joven Zar.
Con la guerra con los franceses, las veleidades liberales de Alejandro se enfriaron rápidamente y Speransky se convirtió en el blanco de todos aquellos que deseaban a toda costa el mantenimiento del Antiguo Régimen. En 1812, caído en desgracia, fue confinado en su propiedad en la región de Novgorod. Sólo volvió bastantes años más tarde, llegando a convertirse en el gobernador de toda Siberia, introduciendo reformas que fueron determinantes en esa región durante todo el siglo XIX. Su estrella, poco a poco volvió a brillar después de la caída y se convirtió de nuevo en uno de los consejeros principales de Nicolás I, llegando a ser el preceptor del futuro Alejandro II.
Ha pasado el tiempo y Speransky parece un personaje llamado a perderse en el olvido en el ovillo de la historia, a pesar de la importancia que tuvo en su momento y el carácter simbólico de su figura, por ser el autor del primer intento de dotar a Rusia de una Constitución. Quede, sin embargo, su vida como ejemplo de lo voluble de la fortuna. Y quede su día de penitencia anual como un modo inteligente de recordarnos a nosotros mismos hasta qué punto es frágil nuestra fortuna presente.
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